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jueves, 22 de mayo de 2014

Capítulo 1

Ebook primera parte Aquí




Los Jardines de Bardolín


La Muñeca Adelaida
Primera Parte






                                                                                                           Autor: Pierre M Daboín M






Capítulo 1



Adelaida era una dama. Así la educó su madre. Ella sabía como debía comportase ante la sociedad, como debía pronunciar las palabras y entonarlas con finura, como tomar una taza de café con delicadeza, y sentarse tan erguida que su cuello pareciese el de un cisne. Adelaida nunca gritaba, una dama jamás lo hacía. Siempre llevaba su pañuelo perfumado, con que limpiaba todo aquello que iba a sostener. Una dama tenía que ser pulcra y Adelaida también. Le gustaban los niños, pero sobre todo si parecían maniquíes inmóviles, peinados y bien vestidos. Sin embargo también le gustaban los niños tremendos, los que se trepaban a los árboles llenándose las manos de mugre. Le parecían monos bonitos. "Monitos para ver de lejos" como una curiosidad para comentar con sus amigas, las otras damas. Porque las damas solo se reúnen con damas y Adelaida con damas se reunía. No le gustaba mucho la poesía, pero a las damas les gusta, así que a ella... también. Se forzaba a leerlas mientras viajaba en el tren en primera clase, o fingía leerlas, para lucir interesante, porque una dama siempre debe lucir interesante, sobre todo si hay un respetable caballero admirándola a lo lejos. No le gustaba la filosofía, pero intentaba leerla, "las damas inteligentes saben filosofar". Así le decía su madre. "Adelaida, una dama tiene que saber filosofar, pues no es lo mismo una joya bañada en oro, que oro convertido en una joya". Adelaida miraba su dije hecho todo en oro y se encogía de hombros. Seguro que los orfebres han de ser muy profundos e inteligentes, pensaba. En resumen, de Adelaida no se podía pedir más que fuese toda una dama, ni mucho menos. "Soy quien soy" siempre decía. La hacía sentir muy lista, muy sagaz, muy ella.

Es justo aclarar que Adelaida aparte de ser toda una dama, era también joven. Tenía 23 años y era muy hermosa. Su piel era blanca, resplandeciente al sol y sus extremidades parecían sostenerla del mundo con una delicadeza de ángeles. Sus manos eran finas y frágiles, pequeñas y suaves. Su cabello cobrizo era abundante, ondulado, brillante, largo hasta la mitad de su espalda y su cuello parecía una torre de marfil construida por hadas. Su risa y su sonrisa, la primera cautivadora, la segunda un hechizo. Su voz era suave, agradable al oído como el murmullo de un arroyo. Y su mirada era inocente, como si mirara a cada rato un mundo recién descubierto. Que tan lejos de la verdad no era, pues mundo le faltaba. Sus ojos eran negros como dos azabaches, que en contraste de su piel blanca y su cabellera rojiza, le aportaban una belleza exótica difícil de ignorar. Ojos escrutadores, pero controlados, pues una dama solo tiene ojos para lo respetable. Con la excepción de los "monitos".

La verdad es que Adelaida estaba muy triste. Le habían roto el corazón. Había creído en esas tonterías de las poesías sobre el amor y se enamoró de un joven de familia respetable. "Respetable solo la familia, pues el heredero no heredó el respeto" Dijo la vez que rompió en dos la foto de aquel amor, tan poco considerado con las atenciones que merece una dama. En realidad no la rompió en dos, la rompió en cuatro, en seis, en ocho, la rompió en tantos trozos que cansaba contarlos. Lloraba en silencio, una dama jamás alza la voz y jamás hace escenas, así que Adelaida lloraba en murmullos, y en público lloraba en suspiros. Aunque una vez sola en su cuarto, hundió su rostro en la almohada y gritó y gritó y gritó tan fuerte como el corazón se lo pedía, pero eso era un secreto.

Viajaba en el tren. Miraba por la ventana el amplio paisaje y no hacía caso de su madre, que tenía largo rato hablándole sobre su juventud, sobre sus desencantos amorosos y como los sobrellevó, claro, como solo puede hacerlo una dama. En cada recuerdo una lección, en cada pausa, un consejo de como debía actuar ante un desamor. Y Adelaida mirando por la ventana, en la lejanía, un pensamiento tan lejano, como lo más lejos que podía ver: Su amor alejándose. ¿O se alejaba ella? Iba en camino de visitar a una tía abuela que no conocía, en un pequeño poblado llamado Bartolín, Barsolín, Bardolín, le daba igual. Estaría ahí unas semanas hasta que se repusiera de sus desdichas. Su madre, tanto como su padre, querían que ya olvidara a aquel mal amor, aunque era una pena. Un joven de tan respetable familia.

Cuando por fin llegaron a la estación las esperaba un vehículo, que las llevó directo hasta el poblado donde vivía la tía abuela Raquel. Sí existía una dama de damas, esa era Raquel. El conductor se detuvo en la entrada del pueblito. Era un amplio arco de madera cubierto muy hermosamente por una especie de enredadera silvestre.

- Los Jardines de Bardolín - Leyó Adelaida en voz baja mientras inclinaba la cabeza siguiendo las palabras.

La Sra. Betania, su amada madre, la tomó por el brazo con cariño y la hizo andar. Le dio indicaciones al chofer que la esperara, con un gesto delicado con la mano, luego le pidió al jovenzuelo que les acompañaba que cargara con el equipaje y mirando de nuevo a Adelaida le sonrío.

- Te encantará la tía Raquel. Es toda una dama. Ni una reina tiene su talante. Ni otra dama tiene su talento.
 Adelaida dibujo una triste sonrisa en su rostro como sustituto a cualquier otro comentario y caminó en silencio. Bardolín era un pueblo curioso. Le parecía estar caminando por las veredas de un pueblo de un cuento infantil, donde todas aquellas casitas bien adosadas, de pinturas pasteles, con flores en las ventanas, de piedras redondeadas construyendo todos los caminos de entrada a las moradas y a los trayectos de las veredas, parecían de fantasía. Adelaida pensó que no le sorprendería si  de pronto viera asomarse por las ventanas a personajes rollizos como los enanos de los cuentos. Con sus caras regordetas y sonrojadas y sus sonrisas excesivamente alegres, fumando pipas y comiendo hongos silvestres. Sin embargo a lo lejos pudo ver una mujer que las miraba inamovible.

- ¡Tía Raquel!- Betania alzó su pañuelo al aire, a la vez que aumentaba la voz lo tanto que le correspondía hacerlo a una dama. Tenía que dar el mejor ejemplo a Adelaida y mucho más hacer sentir orgullosa a la tía Raquel.

Aquella mujer no movió ni un dedo. Parecía una momia de pie, pensó Adelaida para muy adentro suyo. Tía Raquel era una mujer larga, gris, vestida de negro de arriba hasta abajo, pero impecable. Erguida y erecta como una lanza vertical. Su rostro era frío, aunque pareciera esconder rasgos graciosos. Aun así Adelaida sintió temor de la tía abuela. Cuando por fin estuvieron cerca, el nerviosismo de Betania era evidente. Era de notar que la admiraba casi como a un ídolo.

- Tía Raquel, esta es mi niña Adelaida - Sostuvo a la desprevenida muchacha por los hombros y la acercó a aquella lóbrega mujer. Adelaida sintió como todo su cuerpo se contraía poniéndose tenso al estar bajo la mirada de la "momía de pie".

- Mucho gusto tía Raquel, es un placer conocerla - dijo muy educadamente aunque no estaba muy convencida de lo que acababa de decir.

Raquel la miró a los ojos un momento, le hizo un gesto con la mano para que la acompañara. Miró a Betanía y le dijo:

- Cuando regreses te devolveré a una mujer.

- Oh tía, yo estoy muy segura que sí - dijo Betania sonreída, aunque en el fondo se sintió ofendida. Ella había puesto todo su mejor empeño para que Adelaida fuese toda una dama ejemplar. Esperaba ilusamente un cumplido que nunca llegó. Ni siquiera el clásico "tu hija es muy hermosa" Se quedó de pie mirando como Raquel tomaba suavemente a Adelaida del brazo y la invitaba a seguirla. El jovenzuelo con algo de dificultad avanzó detrás de ellas llevando las maletas sudando a cada paso. Comenzó a caminar hacia el vehículo molesta, sentía como sus tacones sonaban evidentes en las piedras de la vereda. Sacudía las manos en un gesto no común en ella. Se percató de ello y se detuvo en seco... ¿por qué se comportaba así? De pronto levantó la mirada y miró a lo alto de una casa, hacia una ventana que estaba cerrada. La miró unos segundos, como si pudiera ver más allá de sus límites. Y se descubrió a sí misma la verdadera razón por la que había traído a Adelaida donde la tía Raquel. No era por la tía, era por aquel lugar, era por Los Jardines. Con un poco de inseguridad se soltó el peinado y sacudió su cabello canoso. Cerró los ojos un momento, respiró profundo y caminó decidida dispuesta a regresar a casa.

Adelaida no decía nada. Raquel no decía nada, parecía que ni respiraba y Adelaida no podía respirar. Estaba nerviosa, si su madre era estricta, no quería sospechar que tan severa sería aquella lánguida tía. Al llegar frente a su casa, Raquel se detuvo, abrió la puerta del jardín y le dio paso a Adelaida para que entrara. Le dio indicaciones al jovencito donde dejar el equipaje y le dio un par de monedas. Para sorpresa de la muchacha, la casa de su tía era una casa tan bonita como las demás. Sino que más bonita aun. De colores suaves pero alegres. De flores cándidas en cada rincón, en cada ventana, en donde mirara. Entraron a la casa, la cual no era oscura y gris, con muebles antiguos como los de la abuela Laura. Lejos de eso, era una casa muy campestre, como todo aquel lugar. Era una casa jovial, contenta, y tía Raquel parecía su fantasma. Adelaida escuchó las zapatillas de tía Raquel caer suavemente en algún lugar. Cuando volteó a mirar, se encontró con que Raquel estaba ¡descalza! y se desataba el peinado, se comenzaba a sacar el vestido negro, dejando al descubierto otro de colores claros, que llevaba debajo de aquello que parecía su mortaja. Cuando se deshizo de todas aquellas ropas, ante ella quedó de pie una mujer totalmente distinta a la que la recibió. Con un vestido de colores claros pasteles, la cabellera suelta y libre, como un río de plata sobre sus hombros, descalza. Cuando Raquel vio la expresión tan graciosa de pánico que tenía su sobrina en el rostro, le sonrió. Raquel era hermosa, su sonrisa parecía una luz. Caminó hacía la joven estupefacta. "Ahora sí" murmuró y cuando estuvo cerca de ella la sostuvo de las manos con mucha ternura, la miro a los ojos y le dijo:

- Bienvenida a Los Jardines de Bardolín, mi pequeña dama.

                                                                                                           

 Lee Aquí el Capítulo 2           










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