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sábado, 24 de mayo de 2014

Capítulo 4


Espero que estés bien, que todos estén muy bien por casa. Saludos de mi parte y muchos besos.

Mi primer día en casa de tía Raquel ha estado lleno de sorpresas. Su casa es muy bonita, acogedora, amplia. En cambio la tía abuela, creo que la edad la está afectando. De momentos parece toda una dama, pero la mayoría del tiempo parece que estuviera demente. Dice que somos muñecas mamá. Y camina descalza por la casa, incluso en el jardín. Tiene una muñeca con la que habla, la he visto sin que ella lo sepa y le habla a la muñeca. A veces me da miedo. Hay momentos, cuando se molesta, pareciera convertirse en otra persona, su cara cambia, su cuerpo se endereza tanto que se ve mucho más alta de lo que ya es. Su cara parece un bloque de hielo. En esos momentos es cuando más se comporta como una dama. Es impresionante mamá. De verdad que cuando se comporta como una dama, ni reinas ni otras damas. Que imponente. Me provoca ser como ella en esos momentos, pero no dura mucho. Apenas vuelve la sonrisa a su rostro, se comporta como una niña desaliñada con vejez prematura. Te soy honesta mamá, esta es la segunda carta que te escribo, pero la primera la he roto. Quería pedirte que vinieras por mi y me sacaras de este pueblo y me llevaras a casa lejos de la tía abuela, pero estuve pensando que puedo aprender de ella, solo lo importante, esas actitudes tan señoriales que tiene. Antes de que se termine de volver loca totalmente.

Aún no conozco a nadie en este lugar aparte de la tía y de su muñeca. Hoy viene el cartero a traerle correspondencia y aprovecharé de darle esta carta al señor para que te la haga llegar. No tienen buzón de correo ¿te lo puedes imaginar? Hay que caminar hasta la casa del cartero para enviar cartas, por suerte viene hoy donde tía Raquel. Espero que no carezcan de otras cosas más importantes aparte del buzón. Este lugar está tan lejos de todo.

No sé que pensarías de la tía Raquel si la vieras ahora mamá. Tantas cosas maravillosas que siempre me has contado de ella. Se recoge el cabello pero sin peinárselo, no dudarías en decir que tiene ideas sueltas, porque las tiene mamá, y sí que las tiene. No le importa descalzarse ¡y camina por el jardín central de la casa con los pies desnudos! La cena, anoche se la comió con las manos. Aunque parecía Cleopatra. Su porte, su talante como dices. Pero una dama es una dama, y lo correcto es que usara los cubiertos como debe ser. Quiero aprender de ella  su estilo, pero sin dejar de ser la dama que me has enseñado ser mamá. Me quedaré un tiempo junto a la tía Raquel, pero a la primera exagerada demencia que haga te pediré que me vengas a buscar.

¿Sabes mamá? No creo que pueda confiarle a la tía abuela lo de mi corazón roto, sobre mi desamor. Es posible que no me tome en serio. ¿Que puede saber de desamores una anciana loca solitaria que cree que somos muñecas? Ojalá conozca pronto a alguien respetable en este pueblo o una buena amiga, para poder conversar  y tener como matar el tiempo mientras no me aporte nada la tía abuela. Te quería contar, que descubrí que me encantan las cayenas, las rojas y las rosadas. Son muy hermosas, si las inviertes parecen vestidos de princesas, vestidos de gala. Descubrí también, que ya no odio tanto a mis pecas. Hay otras cosas que he aprendido a odiar más.

Te extraño mamá, espero verte pronto.

                                                                                               Te ama tu hija Adelaida"



Dobló la hoja. La guardó en su sobre y salió de la habitación. Un sol dorado entraba desde la puerta principal pintando con sus colores tostados, todo lo que estuviese a su paso. Un sol amable como todos los soles del amanecer. Incluso a Adelaida le pareció un sol nuevo, como una luz distinta a la que nunca había visto.

- Buenos días muñeca - escuchó desde lejos la voz cariñosa de Raquel. ¡Muñeca, muñeca! ¿será que nunca me tratará como a una persona adulta? Pensó.

- Buenos días - contestó rosando apenas con la mirada el rostro de su tía.

- Veo que tienes impaciencia por enviar tu carta - Raquel señaló el sobre que tenía la muchacha entre sus blancas y suaves manos.

- Es una carta importante.

- No lo dudo. Una dama siempre escribe cartas solo cuando son importantes. Una dama no es superflua.

Adelaida volteó a mirarla. No sabía si la tía loca se estaba burlando de ella, o le estaba enseñando algo que una dama debía siempre saber.  Betania nunca le había hablado sobre aquello. Creía que una dama podía escribir siempre que quisiera.

- Siempre he escrito cuando quiero y a veces no son cosas importantes. ¿Una dama no puede escribir por placer, por juego, siempre que sus palabras sean ecuánimes y poéticas? - reflexionó Adelaida.

- Oh... bueno... me pasa algo parecido con las zapatillas. Pero para evitarnos esos malos pensamientos, nos hemos convertido en...

- Tía disculpe - le interrumpió antes de que aquella anciana alcanzara a decir algo sobre ser muñecas - Tengo mucha hambre, ¿que hay para desayunar?

Tía Raquel se dejó interrumpir. Un verso puede quedar inconcluso si todos los presentes saben como termina el poema. Así que caminó hasta la mesa y le mostró un plato cubierto con un pequeño mantel de cuadros verdes.

- Aquí está tu desayuno. Pan tostado con un poco de jalea y un buen vaso de jugo de frutas frescas.

Adelaida solo vio un plato sobre la mesa. Una dama cuando es anfitriona nunca deja solo a sus invitados en la mesa, observó molesta en sus pensamientos. En realidad lo que le molestaba era no poder ver a la tía abuela comer con su refinado estilo, para poder aprender de ella.

- ¿Y usted no va a desayunar, tía?

- Ya desayuné, mientras dormías como un oso - la muchacha se estremeció de pie donde estaba. ¡Cómo un oso! ¡Yo una dama comparada con un oso! pensaba mientras sentía el peso de su entrecejo comenzar caer sobre su nariz - Y como sé que no te agrada que una dama coma con las manos su plato de frutas, he comido aparte con mis ecuánimes y poéticos dedos, mi placenteras frutas lo que fue un juego para mi paladar.

Adelaida miró a tía Raquel como si esta era una peca gigante, como algo que se le debía odiar no más con recordarla. ¡Ojalá en verdad la tía abuela fuese una muñeca! Una muñeca no habla. Una muñeca se le sienta en un lugar y ahí se queda. Una muñeca jamás dirá cosas imprudentes. Una muñeca se le calzan sus zapatillas y no se las quita. Una muñeca siempre está arreglada, con su peinado en orden. Una muñeca nunca se desarregla ella misma. Una muñeca es toda una dama. Adelaida se heló desde los pies hasta la cabeza. ¿que tipo de pensamiento era ese? "Una muñeca es toda una dama".  Parecían palabras de la tía abuela y no de ella. Aunque, en el fondo, no podía negar que tenían sentido. Si se tratara a las muñecas como una metáfora, tendría mucho sentido. Una dama y una muñeca tendrían muchas cosas en común. Su mirada había pasado de la soberbia a la confusión. Miraba a la tía Raquel como si fuera un acertijo. ¿Estaba su tía loca? ¿O era ella misma que no había entendido aun nada de lo que había querido decirle aquella mujer, que tenía el don de transformarse de cenicienta a reina sin usar diademas ni zapatillas de cristal; de estar a la cabecera de una mesa redonda, de lucir magistral haciendo de sus dedos cubiertos más hermosos que la platería de la abuela?

- No te quedes ahí parada. Ven, come tu desayuno. El señor Antonio no tardará en llegar y podrás darle tu carta. Ven, ten buen apetito - le habló con cariño.

- Gracias - la muchacha se sentó a la mesa casi como hipnotizada por sus reflexiones. Y comenzó a comer su desayuno mirando con el rabillo del ojo a Raquel. De pronto sonó una campanilla desde el jardín.

- Ah... ya llegó - Raquel se mostró alegre. Caminó hasta la entrada de la casa y se detuvo bajo su marco- Miren quien tenemos aquí, el simpático Fabián.

- Buenos días señora Raquel.

Adelaida giró su rostro hacia la puerta. Aquella había sido una voz vivaz, juvenil y amable.

- Pasa, pasa, Fabián, estás en tu casa - Raquel invitaba a entrar a aquel joven hasta la sala de estar.

- Con su permiso - dijo el muchacho de ojos risueños y sonrisa blanca como un relámpago.

Fabián era el hijo del cartero.  Un muchacho cortés, atractivo, lleno de picardía. Como todo buen cartero era responsable y le gustaba ser puntual. Miró a Adelaida con curiosidad, aquella chica que lo veía con ojos de pajarito. Con un vaso de jugo apunto de entrar por uno de sus oídos.

- Buenos días señorita, que tenga buen provecho - se dirigió Fabián a Adelaida.

- ¡Hip! - un repentino hipo respondió por ella, mientras hacía una leve reverencia agradeciendo y sintiéndose tan tonta - ¡hip!

Apresuró unos sorbos de su vaso de jugo he intentó parecer muy estilizada. Bajo control. Sintió como sus orejas se encendían. Con hipo y con las orejas rojas, ahora falta que las pecas me comiencen a brillar, se dijo molesta en sus pensamientos.

- Oh muchacha, te ha dado hipo - Raquel se acercó a Adelaida para ayudarla. El rostro de la tía era un poema, se divertía con todo aquello. Su sobrina era tan inocente, una fierecilla inofensiva. Una niña, sintiéndose una dama, queriendo ser mujer. Fabián sonreía amablemente.

- Fabián te presento a mi sobrina Adelaida - luego dirigiéndose a  su sobrina - Él es hijo del cartero. Fabián también es cartero realmente. Quiere seguir con el legado de su papá. Es un buen hijo. Todo un caballero.

- Mucho gusto señorita Adelaida - dijo tras su blanca sonrisa a la muchacha de ojos de pajarito.

- ¡Hip! Disculpa... También para mi es un gusto.

- A que sí - le murmuró cerca del oído la tía Raquel. El hipo de Adelaida empeoró.

- Señora, aquí tiene su correspondencia - Fabián sacó de su morral un pequeño grupo de cartas atadas con un cordón y las extendió hacía  Raquel.

- Gracias Fabián, por favor ponlas sobre esa mesita de ahí - le pidió mientras ayudaba a Adelaida a tomarse un vaso de agua sosteniéndole las fosas nasales con el índice y el pulgar. Cuando la joven terminó de beber el agua, se sintió mejor y libre de aquel molesto hipo, que solo sabe Dios de donde apareció.

- ¿Va enviar alguna carta esta vez? -preguntó Fabián.

- Yo no. Pero Adelaida sí.

- Oh por favor. Si eres tan amable - Adelaida tomó la carta de la mesa de la cocina y se la entregó en las manos a Fabián mostrando una hermosa sonrisa. Raquel la vio admirada. Primera vez desde que había llegado que la veía sonreír. Amó la sonrisa de Adelaida desde el primer momento. Dentro de todas aquellas asperezas y pragmatismos había un alma luminosa escondida.

- Fabián... ¿Sabes? tal vez sea buena idea poner un buzón de correo aquí en la vereda - Raquel miró con picardía a su sobrina - En la ciudad  de Adelaida usan buzones de correo.

- ¿Le parece señora Raquel?

- ¿Qué piensas tu Adelaida? - le preguntó Raquel, a la silenciosa muchacha.

- Bueno... mi ciudad es grande... aquí es pequeño... quizá no sea necesario un buzón de correo...

El apuesto Fabián sonrió con sus dientes de centella y mirando a los ojos de Adelaida le dijo:

- Tienes razón. Mi casa está muy cerca. En Bardolín todas las casas están cerca de todas las demás. Cuando quieras enviar una carta, caminas hasta mi casa y preguntas por mi y yo te atiendo con gusto.

- Gracias - la joven pareció aniñarse. Sus mejillas estaban rosadas como el suave arrebol que deja el sol en las nubes en la primavera. Su sonrisa de nuevo llenó el lugar. Su rostro se inclinó suavemente como una flor de girasol.

- Entonces nada de buzones cuando tenemos a tan galante cartero - dijo Raquel sentándose en un sillón robusto de color vinotinto. Adelaida la vio sentada y se preguntó como lo hacía. ¿Cómo hace la tía Raquel de un momento a otro parecer una reina en un trono, cuando solo es una anciana descalza sentada en un sillón? Sin embargo Raquel se preguntaba como hacía Adelaida para ocultar una sonrisa tan bella como esa. Ojalá hubiera tenido una sonrisa como esa en su juventud, pensó en secreto, nunca se hubiera tenido que esforzar tanto en ser una dama. Un alma luminosa siempre lo resuelve todo, siempre. Ella lo sabía.

-  Ya me tengo que ir señora Raquel - Fabíán se acomodó el morral y se dispuso a seguir con su labor.

- Muchas gracias Fabíán. Saludos a tus padres y a tu hermanito.

- Gracias a usted - miró con gallardía a Adelaida e inclinándose un poco se despidió de ella - Ha sido un placer conocerte Adelaida.

- Igualmente - Adelaida le devolvió el gesto.

El joven cartero se fue dejándolas de nuevo solas. Adelaida  de pie donde había quedado correspondió a la analítica y profunda mirada de su tía Raquel, con una mirada curiosa pero serena. La miró en aquel sillón, sentada como una matriarca, bajo aquel sol dorado, que convertía en oro todo lo que tocaba incluyendo el cabello suelto de la tía abuela. Aquel haz de luz hacía ver a tía Raquel mucho más joven. Que hermosa tuvo que haber sido la tía Raquel en su juventud, pensó Adelaida.

- ¿Que es eso que tienes en tu rostro? - de pronto le preguntó la anciana con voz simpática a la joven.

- ¿Mmm? -  Adelaida creyó no entender la pregunta.

- Esa sonrisa. ¿Cómo haces para ocultar algo tan bello?

- No estoy sonreída - la expresión risueña de Adelaida se fue lentamente de su rostro.

- ¡Oh... vamos Adelaida! - le reprochó cariñosamente.

- No estoy sonreída - caminó de nuevo hacia la mesa del desayuno.

- Mírame un segundo - Raquel se lo pidió con amabilidad. Ella la miró.

Raquel se inclinó un poco hacia adelante y le preguntó como si fuera un secreto entre ellas:

- ¿Que te pareció Fabían?

Sintió que los músculos de su cara la iban a traicionar, que iban a delatarla con una sonrisa. Una dama debe saber dominar sus gestos, se regaño a sí misma. y dejó inmóviles las expresiones en su rostro. Pero Adelaida no sabía algo, que las verdaderas sonrisas se dan con la mirada. Y sus ojos sonreían en ese momento.

- Un joven amable. Respetuoso. Decente - De sonrisa de relámpago, de ojos dulces como una fruta, de voz amigable como la de un ave mañanera, pensaba a la vez.

- Atractivo, guapo... - agregó la tía abuela.

- Tía. Por favor - Adelaida apuró la rebanada de pan que le quedaba.  

La tía Raquel se puso de pie y caminó hasta la entrada de su habitación. Se detuvo en la puerta y con ojos graciosos le dijo a su bella sobrina:

- Te lo dije - y entró a su habitación.

- ¿Qué cosa? - se apresuró Adelaida a preguntarle.

- Que ya querrías llevar las cartas tú - Respondíó Raquel desde sus aposentos.

Estando sola se permitió sonreír. Fabián no estaba mal. Podrían ser amigos. Conocerse mejor. Sin embargo podría comenzar a soñar de nuevo. A tener ilusión. A ir demasiado lejos. A quedar de nuevo desamparada. Con el pecho abierto. Con el alma rasgada. Su sonrisa se apagó como la llama de una vela que muere. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Su corazón seguía roto, como una máquina descompuesta. Se dio cuenta que la muñeca de la tía Raquel estaba sentada en medio de la mesa, y sus ojos lustrosos perecían mirarla indiferentes a su tristeza.

- Qué suerte la tuya. No tienes corazón - le habló a aquella niña de tela y porcelana que era parte de la casa. Y por primera vez, por un breve momento tuvo un extraño deseo...

Ser realmente una muñeca.  


                                                                                                         Lee Aquí el Capítulo 5
                                                                                 





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